LAS QUINTANILLAS

LAS QUINTANILLAS

sábado 12 de junio de 2021, 13 44 horas

Ha pasado más de un año y toda una pandemia. ¡¡Madre mía¡¡, parece toda una vida.

Pese a todos los pronósticos en contra, he vuelto al río. A mis recorridos por el Duero, que hoy me recibe calmado, como un crisol en el que se funden sus aguas parsimoniosas, la sombra de los álamos, el aire que mece los juncos y el canto de mirlos y alondras.

A unas dos horas de marcha, en un recodo del río, junto a las viñas de Vega Sicilia, me he tomado un descanso para reponer fuerzas y beber agua.

Sudoroso y bajo un sol implacable de junio, si este no es uno de los remansos más apacibles del mundo, poco le falta.

Digo que es junio, pero es ya verano caluroso en estas tierras llaneras de Valladolid.

El corazón de los mejores viñedos de la Ribera del Duero, Quintanilla de Onésimo, Vega Sicilia, Valbuena de Duero, San Bernardo, Pesquera. Los planteles, las viñas, las tierras, que todo sirve para llamarlas, se ordenan entre los meandros que forma el río en su camino ahora hacia Valladolid desde Penafiel. Peña fiel, que todavía mira desde lejos a esta vega desde las alturas de su impresionante fortaleza.

No contaba con poder acometer hoy la etapa. Muchas cosas han cambiado desde la última jornada, entre ellas mi rodilla derecha, que ha entrado en una etapa de resentimiento, desgaste y dolo, pero creo que el tiempo seco este último mes le ha dado un respiro y yo, nunca mejor dicho, vuelvo a las andadas.

También me he repuesto, al menos en las funciones mas elementales de la extremidad, del daño que me hice en la muñeca izquierda en la caída junto al rio en febrero del año pasado, 2020. Después de aquello vino el coronavirus y con él uno de los períodos mas tristes y oscuros que nos ha tocado vivir. Sin que aún conozcamos bien sus consecuencias y las marcas que dejará en nuestras vidas.

Aún no sé si la de hoy será una etapa corta, hasta Vega Sicilia nada más, o hasta Quintanilla, mas bien larga.

Me ha dicho un hombrecillo de Quintana de Arriba, octogenario, que habrá 3 km hasta Vega Sicilia y 12 hasta Quintanilla de Onésimo. Por carretera entiendo, no campo a través. Se ha detenido a charlar un rato conmigo en la calle Arrabal. Arrastraba una carretilla con restos de argamasa y venía de su corral trasero, donde se entretenía en alguna chapucilla. Hombre cordial y templado pese a que solo hemos intercambiado unas palabras.

Había dejado el coche a la sombra de unos cipreses en la ermita de Quintanilla y enseguida me adentré por la calle Mayor y la plaza, para coger el camino del Arrabal, donde una fuente de 1875 pone un remanso de quietud sobre el elevado ribazo que se cuelga sobre el Duero, y en el que se asienta el pueblo.

En esta etapa, el ribazo izquierdo hacia Valladolid es más elevado que el derecho y, tras algunas carlinchas y encinas bajas, alberga ya fuera del pueblo los campos de trigo, cuyas espigas se mecen por el aire fresco que trepa por el talud. El terraplén que ha creado en los márgenes la erosión del agua es una empinada ladera, verde y fresca, una intrincada maraña de juncos, zarzas y enredaderas, donde sobresalen hinojos, enebros, carlinchas y multitud de matas arbustivas.

Una abubilla se dispara desde las encinas hacia los pinos aparasolados de la orilla. Es una señal premonitoria.

Todo irá bien.

La abubilla es mi ave preferida: vuelo nervioso, a impulsos, colores llamativos de campo, marrón, blanco y negro, y una cresta que dice a los cuatro vientos: ¡yo no he venido al mundo a pasar desapercibida¡.

Es el primer ser vivo del río que sale a recibirme, luego veré a la garza gris con su cuerpo masivo y elegante. De pronto, entre unos trigos mezclados con amapolas y hierbas, se oye un movimiento entre la cebada.

“ Es el zorro “ me digo, pero no huye, se queda quieto.

«Entonces no es el zorro “ me respondo.

El zorro no se quedaría parado ante mi presencia y aquel animal, de buen tamaño aunque apenas diviso sus formas, parece no haberse percatado de mi presencia.

Luego pienso que será una liebre, por el pelaje gatuno y el culero blanco que alcanzo a medio ver.

Pero no, es un cervatillo algo desorientado, que se pone a caminar y, en lugar de alejarse, camina tambaleándose hacia mí.

Oigo lejos, en la otra punta del río, el berrear de su madre.

Se para a escucharla algo atolondrado, pero sigue caminando hasta que casi choca con mis piernas.

Y entonces me descubre, a unos dos metros, y el pobre se aturrulla un montón. Quiere correr a diestro y siniestro, sin saber hacia dónde.

Hasta que se interna de nuevo en los sembrados de trigo.

Ha sido toda una experiencia.

(Venía hacia mi como si fuera su mamá)

Hay un momento en que tengo que caminar junto a la carretera y noto como me miran todos los conductores que pasan raudos en sus vehículos.

Como diciendo: “ Qué hará ese loco caminando ahí bajo el sol “.

Y yo me digo: » Que harán todos esos locos, que no se bajan de sus coches y se ponen a caminar bajo el sol, en busca de aventuras».

La rodilla se está portando y comienza a sopesar la idea de continuar la marcha hasta Quintanilla de Onésimo, en lugar de abandonarla en Vega Sicilia, que está solo a 3 km de mi punto de partida y, como prueba para ver como se encuentra la rodilla, pues ya me parece bastante.

En cuanto he decidido seguir adelante, me han venido las dudas.

“ ¡¡Mira, -me digo- que ir hasta Quintanilla son 12 km, y por el río serán casi 15 o 16“.

Pero tiro adelante, animado por lo fácil que se hace caminar por los viñedos, que llegan hasta el borde del ribazo, pero mantienen limpios los últimos 5 o 6 m por los que debe moverse el tractor con el que se hacen todas las labores mecanizadas.

Y eso para mí es casi una autopista.

Así que me envalentono y tiro adelante con el río claramente a la vista, casi sobrevolándolo a la altura de los árboles, debido al desnivel que hay entre una y otra orilla, la de las dos Quintanillas, mas elevada, la de Valbuena y San Bernardo, al otro lado, mucho más baja.

He oído una campana a las 15.30, el sol está en lo alto y el calor aprieta.

Vuelan alocadas tres o cuatros abubillas, como jugando al escondite entre ellas.

Los viñedos ocupan enormes extensiones. Están bien cuidados.

(Los rectos «linios» en el plantel, loma abajo desde el antiguo humilladero)

Reparo en que una de las hileras está limpia de hierbas, porque ha sido arada, mientras que la siguiente presenta algunas matas de trigo o de cebada ,como si se hubieran dejado a propósito.

El esquema se repite un línio sí y otro no. Una calle limpia y la otra sembrada y así hasta el infinito. Le llamo «linio» y no «linea» porque es el nombre que utilizan los agricultores para referirse a cada una de las filas de vides que forman la viña, Y por estas tierras la «e» se transforma en «i» cuando hablan de corrido y dicen con fuerte acento: «¡¡Caguen ………, si no cabe el tractor po entre los linios». Y en esos puntos suspensivos suelen colocar al Copón Bendito, a la Ostiana Negra o al mismísimo Hacedor. Tienen los castellanos toda una cohorte de cagamentos, a cual mas irreverente.

Luego, entre las plantaciones de la finca Rodma, observo que las viñas no han sido aradas y muestran un manto verde de hierbas y amapolas en el suelo. Dejado, entiendo, a propósito, por alguna razón que desconozco.

Ahora el terreno forma un amplio semicircunferencia desde la carretera hasta el río. Un arco de unos 5 o 6 km de base y quizás tres o cuatro de radio.

Pero no todos son viñedos. Hay también frondosos pinares y algo que me sorprende mucho, ¡¡ una enorme plantación de alcornoques¡¡.

Y no comprendo como estas tierras tan ricas para el vino se destinan a plantar árboles. Claro que el alcornoque no es cualquier árbol y produce a la vez dos cosechas de gran valor, el corcho y las bellotas.

Pienso que lo uno y lo otro puede ser sumamente rentable, en especial si se tiene en cuenta que la bellota es el alimento del cerdo ibérico. Creo que por ahí pueden ir los tiros. Kilómetros y kilómetros de jóvenes alcornoques dan paso a pinares y nuevas plantaciones de uva.

El terreno ha ido cambiando su textura, desde la tierra blanquecina a otra arenosa, y de ahí a otra más rojiza y, finalmente, a otra más oscura, más negra.

Cada una de ellas con su efecto beneficioso sobre la cepa y la uva, aportando más sabor, cuerpo, grado y cualquiera de las virtudes organolépticas del líquido que aquí tanto se venera y que ha permitido amasar fortunas y da ocupación a una abundante mano de obra.

Ya veo la torre del agua de Quintanilla de Onésimo y las casas blancas que sestean al sol. Son cerca de las cinco de la tarde y el astro rey zurra lo suyo.

Los trigales casi se meten hasta las primeras casas del pueblo. O quizás ha sido al revés y el pueblo ha ido crecido, gracias a sus viñedos, hasta comerle terreno a los rastrojos.

Algo habrá hecho también el veraneo del expresidente José María Aznar en este pueblo y su ya célebre ¡¡Viva el vino¡¡. Tampoco oculta el pueblo su sesgo ideológico, al incorporar en su propio nombre el apellido de Onésimo Redondo, considerado uno de los principales intelectuales de la derecha en los prolegómenos de la Guerra Civil. (Cada vez que escribo Onésimo, el corrector del ordenador intenta poner Enésimo)

El río discurre manso por detrás de las casas, en paralelo a la calle principal y la plaza en la que están los dos o tres bares que aún permanecen abiertos. En uno de ellos pongo fin a mi jornada y entablo conversación con algunos hombres del pueblo.

Hablamos de distancias desde Quintanilla de Arriba y del calor y del trabajo del campo y de todas esas cosas que se hablan en un bar castellano.

Con uno de ellos, Jose, cojo más confianza y luego se ofrece a acercarme hasta mi punto de partida. «Pues me haces un favor enorme», le digo, y en el viaje de vuelta me cuenta que se gana la vida en la construcción y me relata el accidente que tuvo por allí con un jabalí. “ Siniestro total el coche “, dice con énfasis .

Me deja frente a la ermita y nos damos la mano.

Un buen hombre me parece José, como otros muchos castellanos.

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